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EDITORIAL:
“Casi casi nada me resulta pasajero
Todo prende de mis sueños
Y se acopla en mi espalda
Y así subo muy tranquilo la colina
De la vida.
Nunca me creo en la cima o en la gloria
Eso es un gran fantasma
…
La realidad baila sola en la mentira
Y en un bolsillo tiene amor y alegrías
…
Tengo de todo para ver y creer
Para obviar o no creer
…
Busco hacer pie en un mundo al revés
Busco algún buen amigo
Para que no me atrape algún día
Temiendo hallarla muerta
A la vida
…”.
(La colina de la vida, León Gieco).
Nos reencontramos en este número de nuestra histórica y querida Revista Travesías didáctica. Esta es una edición peculiar porque retoma en dos de sus artículos dos escritos diferentes e importantes: uno publica un trabajo realizado en el marco de un proyecto colectivo sumamente interesante e intenso que nos enorgullece poder compartir, el otro retoma lo desarrollado en un conversatorio de tanta importancia en relación a nuestros desafíos educativos que hemos decidido compartirlo por este medio.
En la sección “Compartiendo experiencias” (al que los convocamos a participar enviándonos sus escritos y acciones educativas) incluimos otro de los trabajos enviados desde nuestro querido país vecino Uruguay, concretando el respeto por la diversidad de ideas, sabiendo que algunos de sus conceptos no coinciden exactamente con los que sustentamos desde nuestro enfoque.
Sosteniendo el principio de “equidad educativa” con nuestros alumnos y alumnas -por sobre todo- pero también pensando en los educadores y la complejidad de las tareas cotidianas en las escuelas, me pregunto -hoy más que nunca- acerca de las decisiones de quienes parecen desconocer la realidad escolar y no caminar los espacios escolares o al hacerlo no mirarse más que a sí mismos y sus deseos de poder, considerándose autoridad con derechos a manipular los protagonismos ajenos.
Aún me sorprende la inclusión de ideas y de acciones -casi imposiciones- que no solo no sostienen lo educativo, sino que lo complican con preceptos considerados únicos y verdaderos, tan distantes de lo que necesitamos todos aquellos que trabajamos diariamente con empeño, amor y compromiso para aportar todo lo que tenemos en nuestras manos para la construcción de una escuela mejor y un mundo mejor para nuestras infancias.
Tal vez porque aun sueño con un mundo justo y feliz, alejado de las luchas de poder y el deseo por el brillo propio, asentado en la creencia de que no depende solo de uno el poder afrontar lo complejo, abordar lo difícil y alcanzar las mejores opciones, sino de todos en conjunto, de la condición humana comprendiendo por fin que las luchas sin sentido nos desgastan y las construcciones compartidas nos fortalecen.
Cuando la queja parece inmanejable como si fuera la inflación, el peligro es que se naturalice esta situación, disparando el precio de la impotencia y la inacción, respirando un poco de zócalo televisivo y otro poco de resignación. Aunque también es posible asumir posición, transformar la queja en problema aunque sea de difícil solución. Por allí se abren puertas y preguntas, de esas que, aunque toque el timbre del recreo, nadie se mueve del aula, y encendidos en ese instante parecemos vencer la propia ley de gravedad, como si pudiésemos mezclar las cartas y volver a dar con más oportunidades que no tenían seguro contra terceros sino la voluntad de arriesgar. Irrumpe lo inesperado, le hacemos lugar. Ensanchar el horizonte de lo posible, aprender otras maneras de mirar, de estar, mezclar confianza con autoridad. (Gabriel Brener, julio 2022, publicado en Instagram y enviado para ser compartido en este editorial).
Prohibido prohibir.
(Eladia Blázquez)
“No se puede prohibir ni se puede negar
El derecho a vivir, la razón de soñar
No se puede prohibir ni el creer ni el crear
Ni la tierra excluir, ni la luna ocultar
No se puede prohibir ni una pizca de amor
Ni se puede eludir que retoñe la flor
Ni del alma el vibrar, ni del pulso el latir
Ni la vida en su andar, no se pueden prohibir
No se puede prohibir la elección de pensar
…
No se puede prohibir el color tornasol
De la tarde al morir en la puesta del sol
No se puede prohibir el afán de cantar
Ni el deber de decir lo que no hay que callar
Solo el hombre incapaz de entender, de sentir
Ha logrado al final su grandeza prohibir
Y se niega el sabor y la simple verdad
De vivir el amor y en total libertad
…”
Con el afecto de siempre, Laura Pitluk.